El 2021 nos plantea muchos retos para la salida de la pandemia sin dejar a nadie atrás, la prevención del suicidio también es uno de ellos, del que cada uno de nosotros y nosotras podemos formar parte.
Reivindico la buena política. La que se hace con empatía, diálogo, respeto, voluntad de acercar posturas y búsqueda de soluciones conjuntas. Una política con niveles altos de autoexigencia, que practica y cree en el altruismo, y que da esperanza. Una política valiente que tiene el propósito de trabajar por el bien común.
Considero que el cortoplacismo y la crispación son un freno para construir un futuro sólido. Y que en el contexto actual cada uno de nosotros y nosotras, si quiere, es libre de marcar la diferencia, tomando todo tipo de decisiones, incluso las inusuales y fuera de la norma. Siempre digo que somos lo que hacemos, y lo que hacemos explica lo que somos.
Simplificando al máximo la idea, abogo por una política que trabaja por la felicidad de las personas. Porque defiendo que la felicidad como objetivo político no es algo naif, sino que tiene profundas raíces que debemos regar. Thomas Jefferson en 1776 en la declaración de independencia de los Estados Unidos habló de la “búsqueda de la felicidad” como “derecho inalienable”. En España la Constitución del 1812 marcó que “el objetivo del Gobierno es la felicidad de la nación”. Para mí, hoy, la defensa del bien común, la solidaridad, la justicia social, la igualdad y la libertad marcan ese mismo propósito.
El suicidio es uno de los mayores problemas de salud pública de España pese a que haya sido un tabú durante tantos años.